sábado, 13 de diciembre de 2008

La decisión de hacer Magia - por Luis García

LA DECISIÓN DE HACER MAGIA


La redacción de este artículo es del año 79, en el entorno temporal en que nacía el Rito de Iniciación. La totalidad de su contenido podría firmarse a día de hoy, Noviembre 2010. Tenía un encabezamiento de Bob Dylan:

Pero el mago es más rápido

y su juego más espeso que la sangre

y más negro que la tinta

y no hay tiempo para pensar.


Entonces era un revolucionario. Ahora se ha convertido en un millonario más, perfectamente integrado en el sistema que antes denunciaba. Es lo único de este artículo que se ha quedado anticuado.




1. EL PROBLEMA ÉTICO

Hace tiempo discutíamos el problema ético planteado en torno al mentalismo por la facilidad con la que el espectador acepta como reales los fenómenos paranormales que se le muestran y que el mago sabe que son falsos.

La actitud de provocar el efecto mágico para inmediatamente después “desilusionar” al espectador es ridícula: si el efecto no se produce no hay problema porque no hay magia, y si se produce ya no vale decir que no queríamos llegar tan lejos porque la transgresión ya se ha producido.

Con esto no quiero decir que lo que hay que hacer es engañar al espectador y convencerlo de que tenemos poderes paranormales. Eso tampoco es magia; solo es otra forma de ocultar el truco.

Pero no hemos dedicado nuestro mejor tiempo, nuestra soledad más íntima durante años y años para acabar detenidos por un problema tan absurdo que ni siquiera existe.


2. TRANSFORMARSE EN MAGOS

Un análisis más a fondo hacía irrelevante la diferencia entre magos y mentalistas. Si existe un problema, no puede ser otro que la propia existencia de la Magia. Y en este sentido el lenguaje es claro: hay juegos de manos, habilidad, ilusionismo, cuyos efectos se explican porque hay un truco, y hay Magia.

El problema está en decidir si la única magia es la magia con truco o si existe la otra, la que está tal lejos de nosotros como del espectador, aquella que no es accesible racionalmente, aquella que secretamente soñamos cuando hacemos lo que hacemos. Y no es un problema de creer o no creer. Es un problema de decidir. No es algo que pueda resolverse con el pensamiento. Responde a una predilección de nuestra voluntad.

No es que una decisión de nuestra voluntad pueda cambiar los hechos, es decir, aquello que puede ser expresado mediante el lenguaje, pero si puede cambiar nuestros límites del mundo, y por tanto, nuestra concepción del mundo.

El problema se desvanece en cuanto la decisión ha sido tomada: no se trata de ser lo que somos con una habilidad extra (saber hacer unos juegos de manos); se trata de dejar de ser lo que somos para convertirnos en magos, aunque esto implique dejar de hacer lo que habitualmente hacemos.


3. LA FALSA REPRESENTACIÓN

No nos engañemos. Lo que en el fondo buscamos es transformarnos en magos. ¿Qué otro sentido podría tener esa especie de alquimia cotidiana que absorbe todo nuestro tiempo?. Horas y horas con las cartas, con nuestros objetos mágicos, incansablemente, año tras año.

Si lo que buscásemos fuese sencillamente impresionar a nuestro público hace mucho tiempo que podíamos habernos detenido. Ya nos sabemos los juegos que solemos hacer en nuestras sesiones de magia, semejantes a los que hacíamos antes, a los que hemos hecho siempre. Pero no, seguimos buscando juegos nuevos desde un estado de insatisfacción permanente, en un proceso que no tiene fin, abrumados por una información que no cesa de crecer.

En cada sesión se plantea de nuevo el desafío. Vamos a hacer magia, vamos a dejar de ser nosotros para convertirnos en magos, y por eso, nuestro cuerpo se altera y aparecen los inevitables nervios. Al final acabamos haciendo unos cuantos trucos que divierten, y a lo sumo, intrigan al público. Y entre el principio y el final de la sesión lo que hacemos es salir del paso, porque ya no podemos evitar ponernos delante del público y lo mejor es acabar cuanto antes, que los nervios son desagradables y no se pasa bien.

Y no se pasa bien porque el cambio que en nuestras horas de intimidad mágica nos sale perfecto, aquí se nos traba, y el maravilloso empalme que es nuestro orgullo se convierte en una chapuza.

Y no se pasa bien porque nos gustaría hacer magia y en realidad lo que estamos haciendo no tiene sentido aunque el espectador se divierta, aplauda y le guste. Estamos haciendo el ridículo con esa parte de nosotros mismos que es el mago escondido, ese misterioso personaje que desaparece cuando más le necesitamos. Mago es un actor que representa el papel de mago”.

Esta frase, paradigma de las estupideces de la magia oficial, no define a un mago más allá de su propia autoparodia, pero da idea de la frustración de los que quisieron ser magos y se han quedado en mediocres actores que interpretan un personaje en el que ya no creen.


4. LA NOSTALGIA DEL MAGO

Nuestra aproximación a la magia se efectúa con un soporte material concreto (barajas, monedas…), a partir de unas determinadas técnicas, cada vez más complicadas. Y por otra parte, aunque dispusiéramos de todo, jamás llegaríamos a leer una ínfima parte de los libros que existen, y a lo sumo, después de años y años, llegaremos a hacer impecablemente un par de juegos y a salir del paso con unos cuantos más. Este es el panorama desde un planteamiento racional de la magia.

Pero aún en la cúspide, ¿nos habremos acercado algo a la magia?. Y aunque hubiésemos llegado a hacer cualquier cosa imaginable, por ejemplo con las cartas, en su máxima perfección, ¿no sería bien pequeña esa conquista?.

No parece que un mago de verdad necesite nada de eso. Lo que necesita un mago es la decisión de hacer magia, entendiendo que este “hacer” no es necesariamente exhibir ante los demás una habilidad o poder especial.

Muchas veces nuestras sesiones solo muestran nuestra carencia de magia. Sabemos positivamente que, después de hacer nuestros juegos, nada va a suceder. Si realmente hiciésemos magia, deberíamos esperar que ocurriese cualquier cosa. Si la experiencia mágica se produjese, nada podría ser después lo mismo. Podríamos irnos volando por la ventana, desaparecer en un momento determinado, o incluso, no haber estado nunca allí.


5. MADRID 79

Quizás no quede tiempo para la reflexión. Quizá pararse a pensar sea la forma de seguir reflexionando, es decir, de no decidir nada.

A veces, cuando atravieso esta ciudad moribunda con una baraja en el bolsillo, me parece que llevo un arma poderosa, pero muchas otras, ni siquiera la siento. Quizá hace demasiado tiempo de mi última magia. Quizá esa nostalgia es el síntoma de su presencia.


INTERMEDIO 2010

El año 79 es el último que vivo en Madrid. Después solo vuelvo de visita. Partíamos hacia la Alpujarra en busca de los últimos resplandores del “Despertar de Géminis” que se produjo en la década de los 60, huyendo de un mundo en descomposición, con el optimismo de haber vivido el fin del Régimen Franquista y una democracia recién estrenada… sin ser conscientes de que el movimiento de renovación ya había sido absorbido y racionalizado por el Sistema, y las democracias se habían apropiado de “las libertades” para venderlas en las estanterías de los supermercados: libre es usted de elegir tal o cual marca de los productos que le ofrecemos. De la “Libertad Real” valla usted olvidándose o le machacamos por desafecto al Régimen Democrático.

Y precisamente La Magia es una afirmación de que La Libertad es posible.


6. LA EXPERIENCIA MÁGICA

Una vez que se produce, la intensidad y alcance de la experiencia mágica es impredecible: puede alterarnos radicalmente la vida o bien olvidarse en poco tiempo.

La experiencia mágica irrumpe en el instante en que el espectador admite la posibilidad de “lo Mágico”. La descripción racional que pudiera tener acerca de la magia queda anulada por la propia experiencia. Ha salido, siquiera un instante fuera de sus límites.

Ahora bien, para que la Magia se muestre al espectador, el mago tiene que creer en ella: no creer simplemente, tiene que creer, porque si la magia no es una posibilidad real, todo efecto mágico ha de tener un truco (aunque este truco sea la forma de llamar a nuestra ignorancia), y la noción del truco anula cualquier efecto mágico transformándolo, en el mejor de los casos, en una simple ilusión.

Si el mago no acepta que la Magia entre en su vida, jamás podrá provocar en el espectador la experiencia mágica. Quizá, con una técnica adecuada, podría llevarlo hasta el umbral del misterio (y esto sólo accidentalmente). Pero una vez en ese punto no sabrá qué hacer; y cuando el espectador, posiblemente aterrorizado, pregunte si hay o no hay truco, el mago, asustado a su vez, sólo podrá retroceder y regresar de la Magia a la Razón, que le obliga, como un riguroso juez interior, a negar toda posibilidad de existencia a la Magia Real: conténtate con tus jueguecillos y no pretendas salir del círculo que yo te impongo. Yo soy lo único verdaderamente real y todo lo demás es pura fantasía.

Fiel a esta poderosa voz interior, recurrirá incluso a supuestos valores éticos para desvelar el truco con objeto de tranquilizar al espectador. Pero no es un problema ético con el que se enfrenta. Ni la respuesta afirmativa ni la negativa son aquí válidas. Al espectador se le ha mostrado el Misterio, se le ha inducido la alucinación de “lo mágico”, y en definitiva, no pregunta cómo sino por qué. El por qué de su propia experiencia.

El juez interior ya dictó su sentencia.

7. YA NO HAY VUELTA ATRÁS

Por supuesto que para el espectador, el recurso al truco como explicación de su experiencia, ha dejado de tener sentido. Y desde luego, el mago es consciente que la transgresión ya se ha producido.

En este punto el espectador podría ser tomado con la voluntad y transportado, en una especie de viaje, al mundo de la Magia, si el mago asumiera realmente su propia experiencia mágica. Mago y espectador se reflejan mutuamente en la Magia, y si el Mago no cree, no podrá soportar la mirada del espectador y tendrá que “desilusionarle” aunque sea a costa del nuevo engaño de contarle su propia y falsa versión del truco que jamás convencerá al espectador.

No otra es la causa de que cuando el mago intenta demostrar al espectador crédulo que tal actuación es un fraude que el puede repetir por métodos racionales, el espectador molesto le responda “tu haces truco pero el otro no”. Es decir, “el otro es mago pero tu no”. Y tiene toda la razón.


8. EN EL NOMBRE DE LA RAZÓN

Cuando se decide llegar a la experiencia mágica, el problema ético carece de sentido. Cabe considerarlo antes de decidir hacer magia:

Se puede afirmar que la Magia es moralmente mala, como siempre han hecho y continúan haciendo, tanto la religión oficial, llamándola herejía, como la ciencia racional diciendo, que es un engaño, un fraude o elucubraciones ilusorias.

Se puede, en nombre de la Razón, creer que se tiene la última palabra en el trucaje de la realidad y afirmar que una sociedad en perpetuo desarrollo y crecimiento es posible, como si no existieran unas leyes físicas que lo impiden.

Podemos incluso, en nombre de la Verdad, desvelar el fraude de los pequeños trileros por el bien de la Gran Mentira establecida.

Pero todo esto no hace mas que alejarnos de la Magia. Y por supuesto, no somos mejores que el trilero. Porque no hay ningún principio ético en una forma de pensamiento que nos lleva, directamente y a sabiendas, a la catástrofe.

9. EL CERCO ES MÁS DENSO

El problema se desvanece en el acto de la decisión: una vez que se decide llegar a la experiencia profunda de la Magia, no cabe hablar acerca de los métodos que la producen ni de si es moral o no que se produzca. La Magia niega que lo racionalmente establecido sea la única realidad posible. Se encuentra más allá del bien y del mal definidos a conveniencia del sistema que la excluye.

Si a la Magia se le imponen límites, si se acota su efecto a lo conveniente, deja de ser Magia, y la Magia sería entonces lo que rebasara esos límites. Y mago quien tuviera el poder de traspasarlos.

Y es por eso que para nosotros, el cerco es más denso.


10. LO INESPERADO

Pero un día la Magia desborda los diques con los que la contenemos e inunda nuestros seguros reductos. Entonces sabemos, sin lugar a dudas, que nadie nos va a explicar el truco.


11. LA IDEA MÁGICA

Si la experiencia mágica se produce, la revelación del truco ya no tiene sentido, pues la conexión lógica causa efecto ha quedado rota por la propia experiencia. Es la intocable noción de causalidad la que se tambalea.

Por decirlo de otra forma. El truco no puede tranquilizar ya al espectador que lo percibe como fuera de su sensación y ajeno a su experiencia inmediata.

Si el espectador acepta la posibilidad de lo mágico, no es a causa de lo que ha visto, sino a partir de lo que se le muestra, de lo que se le dice desde detrás, desde el otro lado, desde la Magia.

Algo irreversible ha sucedido. Cual sea el truco carece de significado.




ULTIMA REVISIÓN

Han pasado 30 años desde la primera redacción de este artículo y nada es lo mismo. Cayó el Muro que separaba los mundos y se elevaron otros más vergonzosos. Cayeron las Torres apagándose el último rescoldo de Géminis. Privadas de su componente mítico principal las democracias se sumergen en la corrupción y se mantienen por la impostura mientras la Libertad metafórica parece cada vez más lejos. El lenguaje agoniza y en consecuencia nadie se entiende y el Dios de los Ejércitos, responsable de la confusión, prospera en todos los panteones. La Guerra de la Oscuridad no ha hecho más que empezar.

Ahora el problema no es si la Magia tiene o deja de tener truco. El problema es que solo la Magia puede desmontar el Gran Truco que nos lleva a la destrucción.

Santiago, Luna de Noviembre 2010

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